Los cuentos de "El Fogonazo"
Microrrelatos
La prisionera, de Juan Eduardo Zúñiga
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LA
PRISIONERA
Estoy
en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su
dueño. La tarde es húmeda, y otoñal el ocaso; en el blando suelo las hojas
mueren adheridas al barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los
árboles que forman paseos en los que mudas estatuas, sobre pedestales de
hiedra, alzan su desnudez.
Quisiera
recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace
crujir el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en
las balaustradas del parterre ante la fila de bustos que la intemperie
enmascaró con manchas verdinegras.
Estoy
ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre
el oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del
tiempo pero estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día,
tras los cristales, aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de
tul y largamente pasea su mirada por los senderos que se alejan hacia el río.
Vestida de color violeta, siempre seria, eternamente bella, conserva su rostro
juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de alguien que ella espera.
Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi presencia, acaso no
me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por las lluvias;
desearía que sus dedos me rozasen antes de que su mano se haga transparencia.
Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y
palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de
durísima piedra.
Juan Eduardo Zúñiga
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