En una de las calles de León habitaba un pobre mendigo que no
tenía nada para comer. Su mujer y sus hijos lo abandonaron cuando lo
despidieron de su trabajo. De repente vio un rostro conocido que le hacía una
señal para que lo siguiera. No dudó en ir, pues parecía un hombre
de confianza.
Éste lo invitó a un café y a
continuación le dio un papel con una extraña dirección diciéndole que estuviera
allí a las 6 de la tarde de ese mismo
día. Todo aquello le parecía muy misterioso pero decidió ir.
Aquella dirección lo llevó hacia una vieja casa junto a un gran
árbol de hojas doradas. Allí le esperaba aquel hombre que le recibió con un
cordial saludo.
Luego éste le dijo:
-Te necesito para que me ayudes a encontrar la esencia de este árbol,
llevo años intentándolo, solo, pero no lo he conseguido.
El mendigo se preguntaba cómo aquel hombre, sabía que,
anteriormente, se había dedicado al estudio de las plantas, pero su curiosidad
le hizo aceptar.
El mendigo comenzó a realizar pruebas junto al hombre, pero éste
parecía que solo quería realizar el trabajo solo. Entonces el mendigo le dijo
que no se dejara llevar por la avaricia y que le dejara a él hacer parte del
trabajo. El hombre, con rostro sombrío, se arrepintió y le contó la razón por la
que lo había escogido:
-Tal vez mi rostro te parezca conocido, esto se debe a que he
sido un buen amigo tuyo. Te elegí por el sencillo motivo de que tienes un gran
talento para esta serie de cosas y no soportaba la idea de que estuvieras
viviendo en la calle. Cuando descubramos la esencia del árbol nos darán una
gran recompensa y la repartiremos a la mitad, así no tendrás que volver a estar
en la calle.
El mendigo, conmovido, le dio un abrazo a su amigo. Y juntos descubrieron
la esencia y recibieron la recompensa.
El mendigo no volvió a vivir en la calle y su amigo descubrió
una enseñanza muy importante:
Las cosas se hacen mejor con una persona junto a
ti, que no solo.
Ana Cardo Miguelez 1º ESO A
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